domingo, 7 de febrero de 2010

Cábala, rito e hinchada: las gradas del estadio de Pueblo Nuevo

Una vez por semana, el hincha huye de su casa y asiste al estadio

Eduardo Galeano

El fútbol a sol y Sombra: El Hincha

Con una regularidad de quince días, entre fechas de los torneos apertura y clausura del fútbol profesional venezolano, disputa sus encuentros el carrusel aurinegro en el templo del balompié tachirense, el equipo de casa: El Deportivo Táchira.

Durante décadas la afición aurinegra ha copado graderías, inmediaciones y áreas verdes. Sin embargo, más allá de una simple vista propia del exhorto colectivo y la convocatoria que genera la identificación con un club deportivo, en el Táchira, en lo particular, el número de fanáticos reconocido bajo el genérico colectivo de “hinchada” posee una singularidad que le caracterizan y diferencian del resto de los fanáticos de otros clubes del fútbol rentado nacional.

El pasado domingo 13 de diciembre —y no es tarea de este sencillo observador hacer análisis de tipo deportivo— con curiosidad y asombro, notaba cómo los hinchas de las distintas barras estaban informados de lo que acontecía en otras plazas, en las que los demás punteros del campeonato buscaban el preciado triunfo que les garantizará el liderato y la obtención de la copa del torneo apertura. Esta preocupación tenía distintos matices; unos oraban, elevaban sus súplicas al creador, prometían acciones a favor de las peticiones concedidas, realizaban convites de celebración con amigos, entre otras liturgias agnósticas igual de apasionadas.

En el traslado al estadio, el taxista ligaba por el triunfo del deportivo y se quejaba de los más recientes resultados que le ubicaban de tercero en la tabla. Hablaba del técnico, de los jugadores como si fueran sus vecinos, les conocía, les sabía el nombre y el apellido, hasta rumoraba que alguno de ellos no estaría en condiciones para el partido por haber salido de farra la noche anterior, recordaba además aquel hombre la época dorada del Deportivo, su juventud, los años pasados.

Al pasar por una de las avenidas tres estatuas daban fe de la huella del equipo en la capital tachirense, dos de pie y una en cuclillas no eran la mejor cábala para el desafío, pues el “ligue” incluía la pérdida o empate de los dos equipos, El Caracas F.C. y El Deportivo Italia, y una mediana goleada del Deportivo ante su rival, el Centro Ítalo.

A la llegada, el calor del primer y único gol estaba latente. Algunos presentes se santiguaron, niños, jóvenes, adultos mayores —para no usar el eufemismo “personas de la tercera edad”— compartían del festín, en un estadio en el que solo, a lo sumo, se ocupaba el 12% de su aforo. Algunos se comían las uñas, otros cambiaban de orientación su visera de su gorra, ligando un gol más; otros yantaban, unos se sentían técnicos y querían bajar al terreno a pedirle a Maldonado cambiase a tal o cual jugador. En la barra sur estaban el bombo y los redoblantes, los cánticos; era pues, un carnaval, pequeño, pero carnaval al fin.

La tarde transcurría con una anormalidad inusitada, vía mensajería de texto un amigo lamentaba el no estar presente en la fiesta deportiva, otro auguraba con un velón a San Cono por el triunfo de los rojos del Ávila, pues, su fe en el equipo local se había esfumado en la fecha anterior, mientras un compañero le llamaba por el teléfono móvil y le recordaba a su señora madre, no la patria, aunque le señalaba que la había vendido por no estar en la cita dominical y más aún, por haber apostado al rival en procura de alguna platica.

Allí, padeciendo, insultado a los árbitros, aunque no está seguro el responsable de estas líneas, hasta dónde puede categorizarse como “insulto” el merecido exhorto por la mejora en la visión y ecuanimidad en el arbitraje, sobre todo por aquello que decía Ángel Rosenblat acerca de que no existen malas palabras: todas tienen un profundo valor cultural. Y Briceño Guerrero nos advierte del valor y la importancia de las groserías como un ejercicio catártico. Ruego que me excusen por ese ardid intelectual de citar a dos hombres de ideas para dar sustento al argumento que recordarle la progenitora a los árbitros no es un pecado capital.

Así transcurría el domingo. Además, se vale todo, pues el hincha “Con miles de devotos comparte la certeza de que somos los mejores, todos los árbitros están vendidos, todos los rivales son tramposos”. (E.Galeano)

Todo esto sucedía en un domingo cualquiera, como los de siempre, en los que unos llegaron tarde a la justa deportiva —caso de este servidor— y su compañero de palco se perdía el primer gol marcado en la primera mitad en el minuto 15 para salto y danza del que encontraba en las gradas, en el palco, al sol, con los audífonos, lavando el vehículo, en la cola de la gasolina, con un radio de baterías tabaquito por la falta de luz...

Lo curioso de todo el asunto, es que aunque el equipo pierda o gane, como reza una consigna en una de las tribunas del estadio, el verdadero hincha siempre le acompaña, le llora, sufre con él y por él, ruega por él, ríe por él, todo lo hace por él, por el Deportivo Táchira, por el aurinegro, porque siempre se escucharán las notas del “vamos, vamos aurinegro, porque esta noche/tarde, tenemos que ganar”.

Quizá este servidor sepa muy poco de fútbol, es probable el que haya incurrido en alguna imprudencia, sin embargo, en mi legítima defensa de estas primeras líneas en las que se aprecian otras cosas de nuestra cotidianidad, vale la pena decir, que el Hincha, como señala Galeano:agita el pañuelo, traga saliva, glup, traga veneno, se come la gorra, susurra plegarias y maldiciones y de pronto se rompe la garganta en una ovación y salta como pulga abrazando al desconocido que grita el gol a su lado”. Y, así es la hinchada del Deportivo Táchira, en el corazón, en el alma.

Juan lleva en su pecho tatuado el escudo del Deportivo, yo le pregunté: ¿A cada estrella que obtenga el Deportivo irás a tatuarte? Me dijo: aurinegro hasta la muerte. Claro que sí. Su padre sonrío, se despidió de mí, mientras otro amigo capturaba con su flash, a este servidor, no tan fanático como mis informantes, pero sí, orgulloso de ser tachirense y tener al campeón del torneo apertura 2009-2010, en casa.

Quedará vernos en y por la cotidianeidad.